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LA LEYENDA DE LA GUADAÑA OXIDADA, UN LIBRO DE CUENTOS QUE MUEVE CONCIENCIAS
Aciertan quienes afirman que el cuento tiene trazas de poema y que es pariente más cercano de la lírica que de la novela. En efecto, en ambas modalidades genéricas la brevedad obliga a la condensación y entonces, para lograr el éxito, se impone la necesidad de narradores diestros en resolver conflictos en pocas líneas y en diseminar sólo las teselas esenciales que guardan las claves para que el lector reconstruya el mosaico, la historia mucho más extensa y compleja que la apenas aludida en las escasas páginas de un relato o en un haz de versos.
En La leyenda de la guadaña oxidada de Salvador Vaquero, el autor selecciona hechos y entes en apariencia normales que, tomados en momentos climáticos, se escapan de la rutina y se convierten en representaciones de asuntos esenciales que preocupan al ser humano de cualquier época. Así, va repasando la ancestral cuestión de la lucha del hombre contra la adversidad y crea al tenaz atleta de “Aguas turbulentas”, que recuerda los empeños narrados en El viejo y el mar, la pequeña novela del gran periodista norteamericano de profesión compartida con el autor. La búsqueda de la ternura en un mundo hostil es la marca de “El jardín del acebo”, donde un mercenario intenta descubrir a la mujer soñada entre las garras de un pelotón de soldados violadores. Y asimismo es capital en “El ciervo”, que recrea una escena venatoria cuyo interés no radica únicamente en la destreza en el léxico de la caza y en la pintura costumbrista, sino en la trascendencia de su significado: la voluntad de esbozar un hábitat en que son plausibles los sentimientos positivos. El mensaje que se comunica es que la piedad, la conmiseración y el respeto a la maternidad son valores que superan las tendencias destructivas latentes en el ser humano. En “Un hogar para Marcelo”, cuyo protagonista es un achacoso perro abandonado, reaparece similar planteamiento con un desenlace en que luchan la solidaridad de los ojos infantiles aún no contaminados por las miserias de la sociedad y la actitud de desdén de los adultos ante la vejez y ante todo lo que no resulte bello y de utilidad inmediata según los cánones de hoy.
Por este camino de indagar en la trascendencia a partir de figuras menores, de hechos intrahistóricos y cotidianos, de lo que los latinos denominaban resque domi gestas, se desemboca en terrenos cercanos a la fábula si se concede la voz a animales, como en los anteriores casos citados o en el cuento que da título al libro “La leyenda de la guadaña oxidada”. Pero ahora no se trata de fábulas a la manera tradicional, con la moraleja explícita. Salvador Vaquero prefiere llegar a ellas transitando sendas singulares. Por ejemplo, entre los antiguos las diversas especies de fauna hablaban, porque las convenciones genéricas permitían que se comportasen como personas. Sin embargo, en esta colección de relatos los animales piensan, dialogan consigo mismos y llegan a convertirse en focos que iluminan la realidad a los lectores. Y es más, a veces su fuerza es tal que llegan a apoderarse de la personalidad de los hombres, sobre todo cuando simbolizan ideales respetados del tipo del amor maternal en “El ciervo” o propician la reflexión existencial, como en la historia inicial del libro. Aquí, la visión del hombre como juguete en manos del destino y de la muerte se enmarca en un ambiente taurino desde donde se alza la condena a la violencia por la violencia.
Y esta última afirmación no es gratuita, porque una de las líneas que organizan los contenidos de la antología es una preocupación social que no nunca rehuye una actitud de denuncia. Se manifiesta cuando se abordan problemas inminentes que nos llegan día a día por los medios de comunicación y a los que asistimos a veces como espectadores absortos e inactivos. Cuestiones de lacerante actualidad como la inmigración africana que llega a Europa se desarrollan en “Más allá del mar”. El oscuro rostro de la pobreza, tan grato a los grandes narradores decimonónicos, asoma en “La Farola” que, sorprendentemente, es un canto a la solidaridad y quizá por ello sea el colofón del libro, la coda que deja en el lector un mensaje esperanzador: la bondad al final se impone. En la sección de cuentos comprometidos el autor siempre se coloca al lado de los débiles, a quienes presta su voz.
Pero no sólo se adivina la cultura del autor cuando reinventa figuras de los cuentos tradicionales como la pareja de Cenicienta en “Las razones del Príncipe”, o revisa fragmentos vitales de ilustres músicos como Beethoven en “El genio del silencio”. Más eficaz resulta la formación libresca cuando el escritor adopta técnicas para construir el entramado narrativo. Así sucede en la tendencia a lanzar historias in medias res, es decir, sin incluir preliminares que informen sobre espacios, tiempos o, lo que es más importante, sobre la identidad del personaje principal.
Entonces, sólo a partir de las actuaciones o de los pensamientos de éste, el lector reconstruye la vida de la figura y normalmente sólo en las últimas líneas del relato surge la clave que desvela quién es y qué sentido tiene el argumento. Esta estrategia, que resulta excelente para crear suspense, tiene un maestro renombrado. Recordemos la sagacidad de J. L. Borges en “La casa de Asterión”, relato narrado en primera persona, como algunas piezas de Salvador Vaquero, una primera persona que al final esconde al Minotauro. Este ser orgulloso y extraño se halla recluido en tan forzado aislamiento que le lleva a esperar denodadamente la llegada del redentor, aunque traiga con él la muerte. “El dios del laberinto”, reelabora los estigmas borgianos del mundo como prisión, biblioteca y, obviamente según el título indica, también laberinto, todo en aras de sacar a escena a hombres que ansían la libertad y que ponen en tela de juicio el papel de supuestos mesías que desaten las cadenas del dolor y que traigan la perseguida paz.
Si en el cuento citado se aborda una experiencia que tiene que ver con la divinidad, más directo es el tratamiento de lo religioso en “La verdad prohibida”, donde se debate sobre la traición a través de una relectura particular del personaje que la representa por antonomasia, Judas. El escritor extremeño no toma la vía fácil de confundir al lector proporcionándole datos aparentemente históricos que dan un giro a los sucesos bíblicos que se tildan de falaces. Desde esta perspectiva, no sigue la moda común en estos años de comienzos de milenio que ha sido recurso fácil para best sellers y películas con éxito de taquilla y calidad discutible. Salvador Vaquero opta por desvelar caras diferentes de la personalidad que adivina en seres complejos y tal vez torturados porque su destino les llevó a situaciones límite, como Judas o Anás. En esta línea, tiende la mano a narradores contemporáneos como Ramírez Lozano; no se olvide la magnífica relectura que el también periodista elabora en “La túnica” a partir de las palabras evangélicas que describían el último atuendo de Jesucristo y la finalidad que tuvo: servir de botín para los soldados. El tema de la traición inquieta también a Salvador Vaquero en “Calles de Santiago”, donde los hechos se enmarcan en el Chile contemporáneo y no falta la nota de denuncia que antes señalábamos.
Esta actitud crítica o cuando menos de interrogación acerca de grandes cuestiones no debe pasar desapercibida en un libro que mueve conciencias, que se interna en los entresijos de una realidad donde los débiles, los abandonados, los atormentados, los heridos por la violencia cobran protagonismo y obtienen, aunque sólo sea en los territorios literarios, el papel de divos, de dioses menores pero al fin y al cabo dioses. María Isabel López Martínez
Profesora Titular de Teoría de la Literatura y
Literatura Comparada de la Universidad de Extremadura |
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